jueves, 20 de junio de 2013

EXPOSICIÓN DE FOTOGRAFÍA


Ángel Herráiz Exposición de fotografía de Ángel Herráiz en el Arco Santa María
Fecha: hasta el 7 de julio
Hora: 11:00 horas
Lugar: Arco de Santa María 
Dirección: Paseo del Espolón s/n, 09003, Burgos
Precio: Gratuito

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Luz es lo que vemos. Una suerte de batallón que pertenece a un vasto ejército, la mayor parte de cuyos soldados son invisibles, pero no indetectables: oímos la radio, usamos el microondas, nos hacemos radiografías y nos defendemos de los rayos UVA. Del 13 de junio al 7 de julio.

Los soldados del batallón visible tienen nombres: los gastadores son rojos y los más bajitos morados (no convenía, cuando Ángel Herraiz vestía de caqui, llamar violeta a un militar). Al perder tamaño se van anaranjando y según crecen azulean: la clase media va del verde al amarillo, casi como en aquella película de Summers.

Hablamos con mucha audacia de la luz: ya se sabe que donde hay confianza da asco. Luz, decía, es lo que vemos, de manera que la luz es definida por el ojo. Como sabemos no ven la misma luz un noruego, un austriaco o un tunecino: ni el ojo capta lo mismo a la hora del café, al mediodía o al crepúsculo. Se especula con que la mitigada luz gris de Escandinavia desgasta el alma y la predispone al suicidio mientras que el sol cenital de los desiertos hace que las personas sean radicales, de convicciones absolutas y de piñón fijo, pero vaya usted a saber: aunque quizá no sea falso que la luz nos va tallando y dando forma, al modo que el aire y el agua dan la última pincelada al paisaje.

Así que decimos "la luz", pero sólo deberíamos hablar de "nuestra" luz. No es el único fenómeno físico que es a la vez universal y local, aunque sí el más importante.

¿Hay una luz de Burgos? Los que sólo usamos la luz para leer recordamos a veces, como en sueños, un matiz, una diferencia, algo que alguna vez nos llenó de nostalgia, acaso estando lejos: nostalgia de lo visto sin mirar, de lo entrevisto, de lo que dejó un arañazo en la retina y otro en el corazón. Los pintores y los fotógrafos, los artesanos del ojo, saben que sí: que hay una luz que va cambiando con las horas, con los días, con los meses, pero que es distinta a esa cambiante novia celeste en otros predios.

Luego están los artistas del ojo. Son muy pocos. Están atentos, al acecho, de caza: saben que hay un idilio entre la luz y las cosas. Las cosas son -los paisajes, los edificios, los rostros...- pero sólo son para nosotros cuando se alían con la luz. Y son distintas según el día, la hora, el clima: hay luces que pillan a las cosas con los rulos y la bata y hay luces que las hacen parecer, como en la canción de Sylvie Vartan, la plus belle pour aller danser: las cosas, de ordinario una señoras rutinarias y secas, llevan una novia dentro, la más bonita del baile...
No volverás a ver la rosa que te ha cautivado: a la tarde será lástima vana...Una rosa es una conspiración del Universo y su verdad profunda, como dijo Casona, es el estiércol. Pero una rosa es un instante. Y precisa una instantánea: que sea como ella. Es decir, que sea alianza y condena, estiércol y luz, fugacidad y belleza infinita.

Y ahí está el cazador: tiene la mirada del ángel, que es dueña de todas las horas, pero dispara en el momento exacto. No es un depredador: es un testigo. Se llama Ángel Herraiz. Fijen su atención, por favor, en la vasta conjura de luz, de tiempo, de azar y de ventura que hacen de un viejo arco mudéjar un objeto inolvidable. Y bellísimo. Salvo que nosotros lo habíamos olvidado. Como el instante del río, como el rostro exacto de la piedra que cada día vemos, sea la puerta de Santa María o los ventanales de casa. Quiero acabar. Yo tenía a la fotografía como un arte menor: notable artesanía, a veces arte (¿) de la urgencia, a veces alambicado trampantojo. Hasta que he visto la obra de Ángel: es un artista del ojo, un enorme poeta de la cámara, con la que anda siempre de caza: buscando y capturando esa luz de Juan Ramón, la que es única: la "que se ve ser". Por si creen que exagero, pasen y vean...

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